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domingo, mayo 11, 2025
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Mirar desde abajo, hablar desde el pueblo

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Por Abdelkamil Mohamed (Kamal)

Estar cerca de la calle no es una pose. Es una necesidad para quien quiera entender lo que realmente pasa en esta ciudad. Porque Ceuta tiene un relato oficial, repetido desde los despachos y los atriles, y una realidad cruda que se palpa en las aceras, en las calles de las barriadas y en los pasillos saturados de los centros de salud.

Ceuta está partida. Hay una ciudad que recibe recursos, atención, inversiones, limpieza y respuesta inmediata. Y otra donde el abandono se ha vuelto paisaje y costumbre. En el centro todo fluye. En las barriadas, la desidia se impone: calles rotas, basura acumulada, parques descuidados, calles sin farolas. La diferencia no es casual, ni logística: es política. Hay zonas que simplemente no existen para quienes reparten los presupuestos. Así se consolida una Ceuta de primera y otra de segunda.

Y en medio de ese abandono crece una juventud sin rumbo. Una juventud que ha perdido incluso el derecho a imaginar otro futuro. No estudian, no trabajan, no esperan nada. Están fuera del mapa, fuera de los planes, fuera del discurso. La ciudad no les ofrece horizonte, y cada día que pasa sin tenderles la mano es una oportunidad más que se pierde.

El abandono escolar, lejos de ser una excepción, se ha convertido en norma. No hay recursos suficientes para acompañar a quienes se quedan atrás, ni voluntad de construir un sistema que iguale, que compense, que proteja. La escuela ya no es el ascensor social que prometía ser. En muchos barrios, es solo una sala de espera antes de caer.

La falta de empleo real es otra forma de exclusión. Para muchas familias, tener un trabajo no garantiza estabilidad. Para los jóvenes, encontrar uno es casi una fantasía. La economía ceutí no ofrece alternativas dignas ni sostenidas. Y las políticas públicas, si existen, no alcanzan ni motivan. El desempleo es estructural y siempre golpea a los mismos.

Ante este panorama, muchos jóvenes se marchan. El éxodo es silencioso pero constante. Jóvenes que no encuentran su lugar aquí, que emigran en busca de dignidad, de oportunidades, de vida. Y detrás de cada uno que se va, hay una familia que se rompe, una ciudad que se debilita, un futuro que se escapa.

En pleno siglo XXI, en Ceuta hay familias sin contrato de agua ni de luz. No porque no puedan pagar, sino porque se les exige lo imposible: documentos, escrituras, permisos que el propio sistema les niega. Mientras tanto, malviven entre velas y cubos de agua, en casas no regularizadas que la a

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