Artículo de opinión de Rachid Sbihi.
Este año Ceuta está sido escenario de una grave tragedia humanitaria: 33 migrantes han muerto intentando entrar a la ciudad a nado, bordeando los «espigones de la muerte» como el del Tarajal, algunos de ellos menores.
Diez cadáveres localizados sólo este mes de septiembre, tres en un solo día y que fueron enterrados el pasado viernes.
Sin embargo, algo está ocurriendo en el conjunto de la ciudadanía y que a mi juicio es más alarmante aún: tanto la clase política como gran parte de la sociedad civil parece que están empezando a ver estas muertes como algo «normal», como si fuera parte de la rutina diaria que agentes de la Guardia Civil recojan cadáveres de niños en nuestras costas.
Cuando una persona muere en el mar en estas trágicas circunstancias, debería cuanto menos, generar dolor y preocupación.
Pero en Ceuta, estas muertes ya no sorprenden, no generan la atención que deberían, ni siquiera se les dedican minutos de silencio o declaraciones institucionales.
La falta de reacción política, la indiferencia institucional y la frialdad con la que parte de la sociedad lo asume todo, se llama normalización: cuando algo tan grave se acepta como si fuera inevitable o habitual.
Los medios de comunicación lo cubren brevemente, algunos dirigentes políticos lo mencionan de pasada con un simple titular en sus RRSS, otros cobardes aprovechan este drama vomitando odio desde el anonimato y al día siguiente, todo sigue igual.
La mayoría de los discursos políticos sobre la inmigración en Ceuta hablan de «presión migratoria», de «seguridad» y de «control», pero muy pocas veces se habla de las vidas humanas que se pierden, adolescentes en algunos casos.
El contexto político actual ha hecho cada vez más difícil entrar de forma legal y las mafias que trafican con seres humanos se aprovechan de ello.
Eso empuja a las personas a tomar las rutas de los «espigones de la muerte» que son muy peligrosas, ya que los «nadadores» en el caso del Tarajal se arrojan desde playas muy lejanas al espigón y de noche nadando mar adentro en medio de la densa niebla o con el mar en contra y desafiando los fuertes temporales de levante, sin saber si llegarán vivos después de muchas horas de travesía, confiando su suerte únicamente en unas aletas, un traje de neopreno o un simple flotador.
Y mientras, la sociedad parece acostumbrada al dolor, porque tengo la impresión de que la gente de Ceuta convive ya a diario desde hace tiempo con esta cruda realidad.
Muchos muestran solidaridad desde el anonimato, ayudan, colaboran con ONGs y luchan por los derechos humanos.
Pero a veces esa solidaridad se ve tensionada por un entorno político y mediático que ha normalizado el discurso del miedo y del odio,, que asocia la migración con la amenaza y por lo tanto, alimenta el rechazo mediante discursos racistas y xenofobos.
Ver tantas veces el mismo drama puede hacer que uno se “acostumbre”, que deje de sentir empatía o que piense que no se puede hacer nada y eso también es muy triste.
El espigón del Tarajal se ha convertido en el símbolo de una frontera Sur de Europa que no funciona, de una Europa que cierra sus puertas y que no ofrece rutas seguras a quienes buscan una vida digna.
Allí murieron 15 personas en 2014, y aunque fue una tragedia que conmocionó a la ciudad, con el tiempo también se fue olvidando.
Es el resultado de una frontera abandonada por las instituciones, sin los recursos humanos y materiales necesarios para hacer frente a este drama humanitario, ya que al menos con un aumento de la vigilancia por parte de ambos paises, se lamentarían menos muertes.
Que se puede hacer?
Lo primero es dejar de ver estas muertes como algo normal.
No lo son y tampoco son accidentes.
Cada persona que fallece en el mar tenía una historia, una familia, un sueño.
Hay que mirar a estas personas como seres humanos, no como “problemas” o “amenazas”.
La sociedad civil, los medios, las escuelas, los políticos… todos tenemos la responsabilidad de hablar de esto, de exigir políticas más humanas, y de no permitir que la frontera sea un lugar donde morir ahogado.
Ceuta no puede aceptar como normal la aparición de cadáveres en nuestras playas constantemente.
No es normal que la gente tenga que perder la vida por un futuro mejor.
No es normal la inacción de los que tienen la obligación de actuar y que miran hacia otro lado.
Y no es normal que como sociedad dejemos de sentir dolor por estas muertes.
Solo cuando volvamos a sentir como inhumano lo que está pasando en nuestras costas, podremos empezar a cambiarlo.
Porque no hay nada normal en una frontera que mata.
