OPINION KARIM PRIM
Hay victorias que se celebran con los ojos húmedos y el alma en silencio. La de Marruecos en el Mundial Sub-20 de Chile es una de ellas. No porque sorprenda —quien haya seguido de cerca la evolución del fútbol marroquí sabe que este momento llevaba tiempo gestándose—, sino porque emociona. Porque representa la recompensa de un país que decidió creer en sí mismo, invertir en su juventud y caminar, paso a paso, hacia un sueño que hoy se ha hecho realidad.
La pasada madrugada, los Leones del Atlas vencieron a Argentina por 2-0 y levantaron el trofeo que ninguna nación árabe había conquistado antes. Y en ese instante, bajo la lluvia de confeti, Marruecos no solo ganó un campeonato: confirmó una transformación.
Una revolución silenciosa
Hace más de una década, el país emprendió una revolución silenciosa. La Academia Mohamed VI de Fútbol, inaugurada en 2009, no fue solo un centro deportivo: fue una declaración de intenciones. Allí se sembró una idea poderosa: que el talento africano podía competir de igual a igual con el europeo si se le ofrecían las herramientas adecuadas. Formación, disciplina, educación, oportunidades. Todo eso que convierte un sueño en una posibilidad real.
Desde entonces, el fútbol marroquí ha dejado de improvisar. Bajo la visión del rey Mohamed VI y la gestión decidida de Fouzi Lekjaa, presidente de la Federación Real Marroquí de Fútbol, el país trazó una hoja de ruta clara: inversiones sostenidas, academias regionales, modernización de las ligas, profesionalización de entrenadores. No se trataba solo de ganar partidos, sino de construir una identidad deportiva y una cultura del esfuerzo compartida.

Del sueño a la confirmación
El resultado está a la vista. Marruecos ha pasado de ser una promesa a convertirse en un referente. De emocionar al mundo en Catar 2022 con su selección absoluta, a conquistar el planeta con sus jóvenes Sub-20. De la emoción a la confirmación.
El recorrido en Chile fue impecable: victoria ante España, solidez ante Brasil, madurez frente a Estados Unidos, carácter contra Francia. Y una final perfecta frente a Argentina, donde dos goles de Yassir Zabiri coronaron un partido de temple y belleza. Fue fútbol del bueno: inteligente, solidario, sereno. Fútbol que se juega con la cabeza y se gana con el corazón.

Más que una copa: una lección
Pero lo más valioso de este triunfo no es el resultado, sino lo que representa. Porque detrás de cada gol hay años de trabajo, detrás de cada sonrisa hay sacrificio, y detrás de cada joven jugador hay un país entero empujando. Marruecos ha demostrado que la grandeza no se improvisa: se construye con paciencia, visión y fe.
A las puertas del Mundial 2030, que organizará junto a España y Portugal, esta victoria adquiere un significado especial. Es el aviso de que el futuro del fútbol será más plural, más africano, más mediterráneo. Que el talento no tiene fronteras, pero sí necesita raíces.

Un espejo para aprender
Como español, contemplo este éxito con una mezcla de admiración y respeto. Marruecos nos ofrece una lección: cuando un país cree de verdad en sus jóvenes, cuando planifica en lugar de improvisar y cuando convierte la pasión en política de Estado, los resultados llegan.
En un mundo donde el fútbol a menudo se mide solo por dinero o fama, Marruecos ha recordado que todavía hay espacio para los ideales: el esfuerzo, la humildad, la identidad. Su victoria no pertenece solo a sus jugadores; pertenece a una generación que aprendió que los sueños se entrenan.
Y quizá por eso, cuando los Leones del Atlas levantaron la copa, no solo celebraron un título. Celebraron un destino.