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martes, agosto 5, 2025
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Europa busca autonomía militar mientras aumenta su dependencia tecnológica de EE.UU.

El desarrollo de una defensa europea independiente enfrenta un gran reto: la fuerte dependencia tecnológica y militar del continente respecto a Estados Unidos. Según datos proporcionados por Euronews y el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), entre el 53% y el 60% del equipamiento militar de los países europeos de la OTAN y Canadá proviene de Washington.

Aunque la reciente cumbre de la OTAN en La Haya reflejó una Alianza sólida, la confianza entre Europa y Estados Unidos está deteriorándose. Un ejemplo de ello fue la revelación, según el Wall Street Journal, de que Estados Unidos espió a Dinamarca poco antes del encuentro, un suceso que generó una crisis diplomática y evidenció la fragilidad de la relación transatlántica.

En el Foro de Seguridad de Aspen, realizado recientemente en Colorado, la ausencia del Gobierno de Donald Trump evidenció el cambio en la política estadounidense. Condoleezza Rice, copresidenta del evento y antigua secretaria de Estado, afirmó con claridad: “Debemos aceptar que el sistema no será exactamente como antes”.

El retorno de Trump al poder ha endurecido las relaciones. Su postura proteccionista y vínculos previos con líderes como Vladimir Putin han aumentado la desconfianza entre los socios europeos. Además, el reciente acuerdo comercial con la Unión Europea, que otorgó un trato menos favorable a Bruselas en comparación con Londres, ha incrementado esta distancia.

Uno de los aspectos destacados es la posible venta de sistemas de defensa Patriot a Europa, como sustitutos de los que podrían dirigirse a Ucrania. Esta oferta, que contempla hasta 17 baterías, ha generado dudas sobre su factibilidad y su trasfondo comercial, ya que podría frenar el avance del misil europeo SAMP/T NG, previsto para 2026.

Esta dependencia se torna especialmente sensible debido a las restricciones impuestas por la normativa ITAR (Regulaciones en el Comercio Internacional de Armas) de Estados Unidos, las cuales otorgan a Washington la facultad de vetar el uso o la reventa de sus armas a terceros países, situándolo en un control similar al que ejercen Rusia o China.

Ante esta situación, compañías europeas enfatizan que sus productos no contienen componentes estadounidenses para evitar estar sujetos a estas limitaciones.

El uso de misiles Storm Shadow británicos y SCALP franceses en Ucrania ha puesto en evidencia las repercusiones de esta dependencia. Mientras Londres tuvo que limitar su uso en Kiev bajo presión estadounidense, París no aplicó estas restricciones, pues sus misiles no incorporan tecnología sujeta a ITAR.

Este antecedente cuestiona la decisión del Reino Unido de adquirir 12 cazas F-35A estadounidenses para portar armas nucleares. A pesar de su avanzado diseño, estos aviones están altamente integrados con sistemas digitales y software desarrollados en Estados Unidos, lo que genera incertidumbre sobre una posible desactivación remota por parte de Washington. Lockheed Martin, fabricante del F-35, ha negado esta posibilidad, aunque las dudas persisten entre los aliados europeos.

Además, el sistema nuclear británico ya depende considerablemente de Estados Unidos: desde los misiles Trident hasta las bombas atómicas B-61 que portarán los F-35A, todos diseñados y propiedad estadounidense.

La influencia tecnológica supera el ámbito militar. Donald Trump ha empleado el dominio estadounidense en servicios en la nube, microprocesadores, inteligencia artificial y redes sociales para ejercer presión en otros frentes. Un caso destacado fue la suspensión total de servicios de Microsoft al fiscal principal del Tribunal Penal Internacional, Karim Khan, cumpliendo una orden ejecutiva presidencial.

Expertos advierten que el próximo gran escenario de confrontación serán los servicios digitales. Mientras la Unión Europea intenta regular este ámbito, Trump se muestra dispuesto a oponerse firmemente. En Bruselas consideran que la confrontación es inevitable.

Ante este panorama, Europa enfrenta un dilema estratégico: reforzar su soberanía tecnológica y militar o continuar en una relación cada vez más desigual con su principal aliado transatlántico.

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