Mientras las más de 30 comunidades religiosas de Ceuta callan ante el genocidio palestino, la única fuerza política que ha mostrado un gesto de compromiso ha sido Ceuta Ya!. Ayer, desde el puerto de Barcelona, partió una flotilla con destino a Gaza cargada de ayuda humanitaria y con el objetivo de romper el bloqueo impuesto por el Estado de Israel. La formación política ceutí organizó una despedida simbólica para la expedición, un acto de dignidad hacia un pueblo masacrado. La escena, sin embargo, fue tan reveladora como desoladora: ni un solo representante de ninguna comunidad religiosa de Ceuta apareció en el acto. Ni cristianos, ni judíos, ni hindúes… y lo más sangrante, ninguna asociación musulmana ni entidad que dice representar a la mayoría musulmana de la ciudad.
Ese vacío retrata la miseria moral de unas instituciones que presumen de fe, de valores y de liderazgo espiritual, pero que se esconden cuando llega la hora de alzar la voz contra el exterminio del pueblo palestino. Lo que debería ser una reacción natural –defender a hermanos y hermanas que sufren bajo las bombas– se convierte aquí en un silencio atronador. Un silencio que no es neutral: es complicidad.

Resulta especialmente indignante en el caso de las asociaciones musulmanas de Ceuta. Se presentan como portavoces de la comunidad, como guardianes de la identidad y la dignidad de los musulmanes ceutíes, pero en la práctica han demostrado una cobardía que raya en la traición. Mientras en Gaza se asesinan a miles de niños, mujeres y ancianos, sus supuestos representantes prefieren mirar hacia otro lado, callar y proteger sus intereses personales antes que dar un paso al frente.
Ese silencio es hipocresía pura. Hablan de justicia, de solidaridad, de fraternidad islámica, pero cuando la sangre palestina clama justicia, callan. Esa hipocresía se convierte en traición: traición a sus propios fieles, traición a los principios del islam, traición a la humanidad. Porque si callar ante la injusticia siempre es ponerse del lado del verdugo, callar ante el genocidio de tus propios hermanos de fe es algo aún más miserable.

Las comunidades religiosas de Ceuta, y en especial las asociaciones musulmanas que se arrogan la representación de toda una mayoría, han demostrado que su compromiso no está con la justicia ni con la fe, sino con la comodidad del silencio. Y ese silencio los condena. Los convierte en cómplices directos de la barbarie, en traidores morales que han fallado a los valores que dicen defender.
Hipocresía, traición, cobardía. Esa es la huella que dejan en Ceuta las comunidades religiosas. Una mancha que no se borrará, porque mientras el pueblo palestino resiste entre ruinas y cadáveres, sus supuestos líderes espirituales han optado por callar. Y con ese silencio, han elegido su lugar en la historia: al lado del verdugo.
Al final, la lección es tan clara como dolorosa: Ceuta Ya! ha hecho lo que las comunidades religiosas no se atrevieron a hacer. La política, tantas veces criticada por su tibieza, mostró ayer dignidad y compromiso donde las religiones demostraron hipocresía y cobardía. Una diferencia que la historia no olvidará.
